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Los medios de comunicación se valen de su capacidad para llegar a los ciudadanos. Y escribo “ciudadanos”. Quien tenga el poder de manejar los medios, dispondrá de una impresionante capacidad de influencia en el conjunto de la ciudadanía. Cuando se dispone de la capacidad de llegar a la población mediante los medios, pueden generarse distorsiones en las personas, ejerciendo una presión en su voluntad de elección, que puede servir desde para venderles champú para el pelo hasta para manipular su voto con suma facilidad.
Los ciudadanos son casi siempre el objetivo primordial de los medios. Y hay que decir que en la sociedad moderna las personas nos hemos relajado en la defensa de nuestros derechos, ¡y cómo además! En la sociedad actual recibimos mensajes constantemente, con tal profusión que nuestra capacidad de procesarlos se ha ido agotando hasta su práctica desaparición. La mayor parte de las veces nos quedamos, en el mejor de los casos, con los titulares de esos mensajes.
¿Conoce alguien algún medio que no se considere líder? ¿Y qué es ser líder para los medios? El que más vende, el que más audiencia tiene, el que más lectores posee... Todo ello en cifras que reflejan cantidad, dejando a un lado la calidad. Les interesan los ciudadanos, cuantos más mejor. Pero, ¿qué es ser ciudadano? Algo muy simple: en nuestras sociedades cada vez está más extendido el concepto de ciudadano como todo animal racional que por pagar impuestos piensa que dispone de vía libre para poder elegir.
La labor comunicativa, sobre todo la realizada por aquellos que se consideran líderes, debería promover el desarrollo de la sociedad, si tenemos en cuenta que para ser líder es imprescindible tener una voluntad de cambio. Por supuesto, hablamos de cambios que sirvan para el bienestar de las personas y de las instituciones, para una correcta organización... en definitiva, para la democracia.
Foto: victoriapeckham.
El objetivo de los actuales medios de comunicación, muy por encima de cualquier otro, es el de ganar dinero, lo cual es un objetivo legítimo, pero en ningún caso cuando dicha ganancia está sustentada en un fraude. ¿Qué diríamos si fuéramos a comprar una pieza de oro y, en vez de llevarnos a casa la de 18 quilates por la que hemos pagado, descubriéramos que se sólo tiene 14 quilates? Un fraude, ¿no?
No se debería cometer fraude con la información, con la comunicación. Pero eso, en la actualidad, es tan difícil como pedirle peras al olmo. Imposible. Muchos medios han procedido con total tranquilidad a aparcar los valores que les son exigibles como tales medios: la igualdad, la justicia.... ¡la verdad! Y se fabrican por doquier las medias verdades. Más peligrosas, muchísimo más, que las mentiras.
Los medios deberían contribuir a afrontar los principales retos de las sociedades actuales: deberían tener presente en todo momento una información equilibrada, unas políticas sociales, un capital social y humano y un conjunto de valores básicos para el desarrollo integral de las personas... ¿Es así eso? ¡De ninguna manera!
En todos los rincones del mundo se ha producido –se está produciendo– un cambio multidimensional y, en la actual coyuntura en la que la economía se tambalea, se está dando una lucha terrible en el terreno de la comunicación, fruto de la cual el poder se encuentra cada vez más concentrado en manos de unos pocos grupos. En este contexto, los ciudadanos –es decir, los individuos que por el hecho de pagar impuestos nos sentimos con derecho a todo– nos encontramos cada vez más indefensos ante la influencia de los medios.
Nuestra percepción sobre todo lo que nos rodea está condicionada por los medios de comunicación. Y estamos dispuestos a modificar nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestros planteamientos éticos, todo, nada menos que porque así nos lo “ordenan” desde aquellos. No ponemos ninguna objeción y estamos dispuestos a tragarnos cualquier cosa, simplemente porque lo publica en portada el periódico que leemos por la mañana, porque lo dice la radio que escuchamos cuando vamos en coche o porque lo expresan las imágenes que nos sirve el telediario que vemos después de cenar.
Los medios nos han convertido en ciudadanos pasivos y mansos... así nos han cincelado para su mayor gloria y poder. Y ¡curiosa constatación! La concentración de poder que se ha dado en los medios privados se ha producido gracias a la democracia, ya que habría sido imposible en un régimen político totalitario. En los regímenes totalitarios, los medios son órganos de gobierno. Cerremos los ojos y hagámonos la siguiente pregunta: si los medios se han unido gracias a la democracia hasta convertirse en monocromos y actúan de una manera similar a la de un régimen totalitario... ¿Qué hemos ganado con la democracia?
Lo que ocurre es que, para cuando nos hemos dado cuenta, hemos pasado de la democracia a un sistema que podríamos definir como mediacracia. Estamos atrapados en él, perdidos.
Como escribía en los años sesenta del siglo pasado el que fuera profesor de la Universidad de Yale, Robert Dahlek, los principales pilares de un sistema democrático son dos: la libertad de expresión y la pluralidad de fuentes de información. Difícilmente podríamos encajar actualmente en dichos límites la definición de democracia, ya que las fuentes informativas son cada vez más reducidas y cada vez más manipuladas. En estas circunstancias, una persona no puede sentirse cómoda dentro de su sociedad y, con el tiempo –si no se utilizan mecanismos de defensa– se convierte en un mero ciudadano.
Los medios de comunicación están concentrados en pocas manos y esos mismos poderes económicos han sometido bajo su dominio también al poder político. Dichos grupos mediáticos han transformado la realidad social, en busca de unos resultados que les pueden reportar (que les reportan) ganancias económicas. La reducción de gastos es una tendencia común al conjunto de las empresas. Y los medios son empresas. Y vemos muy claramente que el principal gasto de los medios es el de personal, es decir, el gasto en profesionales. Luego es en esa partida de gastos donde los patrones meten la tijera.
Así, los medios reciben cada vez más información procedente de campos que no son profesionales. Según recoge el denominado The Pew Project for Exellence in Journalism en el informe de 2009 sobre el periodismo de USA, únicamente un 23% del contenido de la televisión por cable está generado por periodistas.
Foto: Aaron Escobar™.
Y dado el desencanto y el hartazgo de la sociedad con los medios, se está produciendo un fenómeno preocupante: cada vez se leen menos periódicos impresos, pero una gran parte de los desertores de este medio no recibe información en ningún otro formato.
¿Qué quiere decir eso? Que los ciudadanos ya no tienen ganas de confrontar las noticias procedentes de diferentes medios. Los grandes medios –a través de la asfixiante fórmula multimedia– han amansado por aburrimiento los cerebros que podrían ser críticos y, de esta forma, les queda el camino más libre.
El derecho a la comunicación es un derecho básico en la vida de las personas, ya que garantiza el camino a la libertad y la democracia, encontrándose en permanente evolución. El derecho a la información, en cambio, puede coincidir con el derecho de los que generan la información, o no. E incluso puede ir en sentido contrario.
Es evidente que en la larga carrera en favor del los derechos de la personas, las personas físicas han ido perdiendo... en favor de las jurídicas. Y la jurisprudencia ha actuado, una vez más, a favor de los más poderosos. De esta manera, los jueces permiten a los dueños de los medios que hagan lo que les dé la gana con ellos, “porque no se puede ir en contra de los medios sin quebrantar la libertad de expresión”. De esta manera se propina un nuevo martillazo a los derechos de las personas físicas y, al mismo tiempo, se abre infinitamente la puerta a la libertad de expresión de los medios: ¡Un medio habla para millones de personas (ciudadanos)! Y con esa proclama de actuar “en nombre de la libertad” utilizada por los medios... han acabado con la igualdad y, en consecuencia, con la libertad de las personas.
Pero la cosa no termina ahí: ¡Está claro que los medios no actúan objetivamente cuando hablan en nombre de esa libertad de expresión que tanto defienden! Así, los que más pueden pagar compran espacios (en periódicos, en radios, en televisiones...) y los medios no se sienten obligados a garantizar la igualdad. Por lo tanto, ¿quién pierde? ¡La democracia!
Está claro que algo no marcha bien. Y habría que cerrar el círculo, ya que proclamar simplemente que el periodista tiene libertad de expresión (de escribir, de hablar, de leer...), sin más, supone actuar sin cerrar totalmente el círculo de la comunicación, ya que a la legítima afirmación anterior habría que añadirle que a la persona (al receptor de la información) también le asiste el derecho a saber. Y, por supuesto, a saber toda la verdad.
No cerrar ese círculo supone un atentado contra la democracia, ya que ésta no es que exista sólo en la sociedad con abundancia de medios, sino que además para ello los medios deben utilizar la verdad. Y eso se encuentra muy lejos del esquema actual al uso, ya que los extremos –siempre– se tocan, y las medias verdades de un color y de otro... son peores que las mentiras. Lo que está sucediendo es un juego diabólico: tenemos, por una parte, medios públicos “gubernamentales” y, por otra, poderosos medios privados que apoyan a los gobiernos... Aquí sí que se cierra el círculo, con resultados como para echarse a temblar.
Resumen de la conferencia titulada “Medios de comunicación y personas. Alguna duda?” pronunciada el 20-04-09 en la Universidad de Navarra, dentro de “Euskarazko Kazetaritzaren VII Jardunaldiak”.